sábado, 12 de junio de 2010

LA SEDUCCION EN SOREN KIERKEGAARD

http://jacobovazquez2010.blogspot.com/

EL SUEÑO DE LA SEDUCCION EN SÖREN KIERKEGAARD


Jacobo Vázquez

…que el vivir sólo es soñar…
Calderón de la Barca

En Diario de un seductor, Sören Kierkegaard (1813-55) nos plantea el ejercicio de la seducción como un arte, una construcción paciente, metódica, intelectual, y, además, cargada de emotividad, al punto de que el propio seductor se encuentra inmerso, seducido, cumpliendo así aquella frase de María Zambrano: “Pues la sucede al que posee, que es poseído a su vez fatalmente” (El hombre y lo divino”, FCE, 1973).

De que nuestro personaje está enamorado no hay duda, pues reconoce: “Estoy perdidamente enamorado, podría decirse que me ahogo en amor. No hay que extrañarse, por este motivo, de que esté desconcertado. Mucho mejor, ya que espero mucho de esta relación”.

Nuestro protagonista novelesco avanza en su conquista con serena y al mismo tiempo apasionada delectación (es un gourmet de los detalles), al punto de afirmar “la mayoría de los hombres se lanzan al barullo, se enamoran o cometen otras tonterías y, en un abrir y cerrar de ojos, pasa todo y ellos no saben ni lo que han ganado ni lo que han perdido”.

Se trata de un juego sublime entre inteligencia y deseo; astucia y sentimiento; emoción y lógica calculadora. Porque suele suceder que “bajo los más fríos y claros pensamientos corren, a veces, los sentires más apasionados”, como dijera en el libro ya citado y a propósito de otros asuntos la filósofa y escritora española María Zambrano.

Al punto de que el seductor asemejaría al conductor de un sueño, pero ¿quién puede pilotear un sueño? Tal vez sólo un artista con dotes de filósofo, como lo era el escritor danés.

Llevar a cabo tal equilibrio entre pasión y razón de la seducción, repito, es como tratar de conducir un sueño. Algo que, por otro lado, hay quien jura que lo puede hacer, me refiero al artista chileno Alejandro Jodorowsky.

En su libro autobiográfico La danza de la realidad (Ediciones Siruela, 2004), el creador de la cinta de culto El Topo, señala respecto a lo que él denomina “sueños lúcidos”, y que consisten en saber, mientras se duerme, que se está soñando:

“Todos actuamos como víctimas de los sueños, como soñadores pasivos, creyendo que no podemos intervenir en ellos. A menudo dentro del sueño tenemos atisbos de que estamos soñando pero por miedo, ignorancia, de inmediato rehuímos esta sensación y nos dejamos atrapar por el mundo onírico”.

¿Y acaso el amor o el enamoramiento en el mundo real, consciente, de la vigilia, no es como un sueño?

Enamorarse podría caber en la definición “más general y correcta” que Freud atribuía al sueño: “Es la actividad mental mientras se duerme” (Freud/Pfister, Correspondencia 1909-1939)

Es cosa sólo de interrogar a quien ha cesado de sentir el enamoramiento para escucharle decir que aquello fue “una locura”, “una fantasía”, “un sueño”.

Afirma el prologuista de Diario de un seductor: “También yo me siento arrastrado a aquella zona nebulosa, a aquel mundo de sueños, donde en cada instante hasta nuestra sombra suscita terror”.

Soñante de sus intenciones seductores, el personaje de Kierkegaard no cae a su pasión, no cede al cumplimiento del deseo. Hasta en sus momentos más intensos controla el enamoramiento, del que él mismo es verdugo y víctima.

El control sobre la pasión amorosa en Kierkegaard se asemeja así al sentido de mando que más de un siglo después plantea Jodorowsky como condición indispensable para tener un “sueño lúcido”:

Dice el escritor chileno respecto a mantener el control del sueño en tanto uno permanece dormido:

“Pero, en cuanto me entregaba al placer, inevitablemente el sueño me absorbía y se transformaba en pesadilla. El deseo, al apoderarse de mí, hacia que perdiera la lucidez y que los acontecimientos escaparan a mi control”.

Y no otra cosa es lo que nos dice con claridad el personaje seductor de Kierkegaard, auxiliándose para ello de metáforas marinas. Primero nos habla de la “tempestad” de una pasión que lo puede mandar a los “abismos”, para luego decirnos que en realidad hay un vigía (digamos un “piloto” que controla el sueño de la seducción que está viviendo en el mundo real), un centinela que no dejara perder al seductor en los precipicios de su pasión y sus deseos.

Podríamos aventurar entonces que el personaje creado por Kierkegaard vive en el mundo real un sueño pasional “lúcido”. En otras palabras, el personaje enamorado del escritor danés tripula con lucidez su sueño. Nos dice Jodorowsky que, mientras duerme, se pierde en sus sueños si cede a sus pasiones y deseos; así también en el mundo de la vigilia, el personaje de Diario de… advierte que de ceder a sus impulsos con su enamorada echaría a perder todo su artificio seductor.

Veamos:

“Me reconozco con dificultad. Mis sentidos se enfurecen como mar embravecido en una tempestad de pasión. Sí, en estas condiciones, otros pudieran ver mi alma, les parecería una barca, que, con su aguda proa, va cortando las olas y no tardará en precipitarse, en su atormentado viaje, en los remolinos de los abismos”.

Pero enseguida repara:

“Pero no verían allá arriba, en el palo mayor, a un marinero alerta, como centinela. ¡Enfureceos, elementos salvajes! Desencadenad la fuerza de vuestra pasión! Aunque vuestros flujos lanzasen espuma hasta las nubes, no conseguirían alcanzarme. Yo, como rey de los escollos, estoy tranquilamente sentado”.

O, en palabras de Alejandro Jodorowsky:

“Puesto que soñamos nuestra vida, vamos a interpretarla y descubrir lo que trata de decirnos, los mensajes que quiere transmitirnos, hasta transformarla en sueño lúcido. Una vez conseguida la lucidez, tendremos libertad para actuar sobre la realidad, sabiendo que si solo tratamos de satisfacer nuestros deseos egoístas seremos arrastrados, perderemos la ecuanimidad, el control y, por lo tanto, la posibilidad de hacer un acto verdadero. Para lograr divertirnos actuando, tanto en el sueño nocturno como en este sueño diurno que llamamos vida, hemos de estar cada vez menos implicados”. (Psicomagia, 2004)

Por otro lado, el seductor de Kierkegaard es un educador estético del alma femenina. Despierta en ésta los sentidos de la sensualidad, del espíritu, de la imaginación estética, ¡y sin tocar materialmente a la mujer!, o gracias precisamente a esa carencia. Y es que no busca el placer sexual, pues como ser inteligente y muy espiritual, desdeña a un segundo plano estas menudencias, nos confiesa en una parte de su Diario:

“Yo busco siempre a mis víctimas entre las jovencitas, y no entre las jóvenes casadas, por ejemplo. Una mujer casada resulta menos espontánea y más coqueta; y tener una relación con una no es bonito ni interesante, es sólo excitante, y lo excitante es siempre lo último…”.

Y en otra parte es más explícito al respecto al decir:

“La simple posesión es demasiado poco, y los medios de los que se valen algunos amantes son en general mezquinos; no vacilan en recurrir al dinero, a la fuerza, a las influencias externas, a los filtros de amor y a otros. ¿Qué gozo puede haber en un amor que no exige el abandono absoluto de al menos una de las partes? Para esto, en realidad, se necesita el espíritu, y esto es lo que en general les falta a esos amantes”.

Pero nuestro seductor no es de ese tipo, él quiere vivir en el ideal de la belleza, poetizar la realidad, vivir estéticamente. Mientras en el prólogo se afirma del personaje “su vida, efectivamente, siempre estuvo inspirada en el sueño de vivir poéticamente”, el propio personaje señala “me alimento de la poesía, es mi única comida”. Y da muestras de ello, por ejemplo al describir a su Cordelia cuando apenas empieza a conocerla, apunta: “Ella era delgada y arrogante, misteriosa y grave como un abeto, un vástago, un pensamiento, que desde el vientre de la tierra germina hacia el cielo, incomprensible, incomprensible hasta para sí mismo, un todo sin partes”. Y en otro lugar afirma “era tan ligera, que la podía levantar la mirada”.

Aquí la “locura del amor” no pierde al enamorado porque éste antepone las exigencias de su estética a las complacencias narcisistas, al punto de renunciar a su amada al momento de sentir que ya ha cumplido con su tarea. Es decir, cuando ya ha seducido a Cordelia (pero no poseído fisicamente) y ésta se encuentra dispuesta a lo que él disponga. Es en ese instante cuando la joven pierde el encanto que le provocaba al seductor: “Una vez que una jovencita ha dado todo está rota, lo ha perdido todo”, afirma en el último día fechado en el Diario, el 25 de septiembre.

Es en esos momentos culminantes de la historia cuando el personaje siente su goce estético satisfecho y su deber de seductor cumplido. También percibe que la relación no puede darla ya nada, y no representa reto alguno desde que ella se encuentra a su merced espiritual y, si quisiera, también física.

Se va. No tocará a la mujer que le ha costado esfuerzo, y tanto despliegue de artificios para atraparla. Pasa a convertirse en un “perverso”, si entendemos bajo este adjetivo a quien se desvía del cauce natural, “normal”, instintivo. Un perverso si comprendemos bajo esta denominación a quien mediante artificios de la mente trastoca la marcha natural de las cosas.

Al final, el protagonista del Diario se revela como un ser vital, una especie de cazador dispuesto a otras aventuras que le doten de más vida y de más objetivos seductores: “No veo lo que ha sido, sino lo que será...”, “todo duerme en paz, menos el amor”, “todo lo caduco y lo mortal ha sido olvidado”, “¡Mi alma está tensa como un arco!”, “Mi alma se siente fuerte, sana, alegre, presente, como un dios…”.

San Luis Potosí, a sábado 12 de junio, 2010.

domingo, 8 de junio de 2008

LA LUZ QUE LA SOMBRA FECUNDA

(TEXTO LEIDO EL PASADO VIERNES 6 DE JUNIO EN LA CASA LOPEZ VELARDE DE SAN LUIS POTOSI, DURANTE LA PRESENTACION DEL LIBRO DE POESIA "LAS RAICES DEL AIRE", DE SERGIO J. MONREAL)

LA LUZ QUE LA SOMBRA FECUNDA

Jacobo Vázquez



Si ustedes abren el libro de Sergio Monreal que hoy tenemos el gusto de compartirles, leerán primero:

Todo me es, por ahora, territorio de sombra

Pero no teman, ni se achicopalen, Sergio no es un escritor del pesimismo…

Nadie que lo sea podría escribir teatro para niños, como ha hecho él.

¿Alguien conoce algo de mayor espíritu y optimismo que los ojos y la sonrisa de los niños?

En este poema inicial, la sombra es un punto de partida hacia el cambio, rumbo al viaje que promete claridad, soles:

Todo me es, por ahora, territorio de sombra
Barcarolas tempranas que embadurnan su proa
Guiñando incandescencias de partida ya próxima

Y el remate de este primer poema de Las raíces del aire no deja dudas sobre ese ánimo expectante donde todo vendrá a renovarse:

Todo me es, por ahora, la inminencia del alba

Es así como ese “territorio de sombra” se transforma, gracias a las palabras, en un pedazo de luz que Sergio arranca a la oscuridad.

Oscuridad captada en estos dos versos del mismo texto, que suenan como a presagios musitados por el viento en una noche de luna llena:

Todo me es, por ahora, anhelo, espera y duda.
Una parvada a ciegas prometiendo la lluvia.

Hablamos de sombra y no de oscuridad, pues en ésta no podríamos manejarnos sino como bestias ciegas o criaturas nonatas.

Entonces la “sombra”, atendiendo a la psicología de Jüng, no es la parte oscura de nosotros, sino aquello que hemos iluminado en parte y a lo que podemos acceder para brindar algo de lucidez a la conciencia.

Pero este acceso a la sombra puede ser al precio, tal vez, de tener que sufrir los desasosiegos de Edipo cuando descubre que en realidad no ha gobernado su vida.

O, en otras palabras, que interiormente, en la parte que desconocemos de nosotros mismos, no somos siempre tan altruistas, ni tan nobles, ni tan bonitos como habíamos pensado.

Sin embargo, si en Edipo es el azar y la desgracia los que lo lleva a las trasgresiones del crimen y el incesto, en nosotros sería la propia falta de conciencia nuestro único y suficiente pecado.

Así, a lo que representa la “sombra” en nosotros mismos no debemos verla, como dicen algunos, similar al cochambre debajo de la alfombra, pues representa también el potencial del cambio para el proceso consciente del individuo.

Dice Sergio también en este primer texto que nos ocupa:

Todo me es, por ahora, sentina trasnochada,
camisa en el perchero, ola batiendo en calma.

Como ustedes saben, sentina significa, entre otras cosas, “la parte más baja de una embarcación donde se acumulan aguas de distintas procedencias que luego son bombeadas al exterior”, y también se usa la palabra para designar cualquier lugar lleno de suciedad o bien como “foco de inmoralidad”.

No obstante sentina, en lenguaje metafórico y dentro de la poema de Monreal, podría venir a significar esa sombra de la que les vengo hablando.

Es decir, esa parte de la conciencia donde se fraguan los cambios, de ahí que el poeta permanezca en “anhelo, espera y duda”, en tanto la camisa sigue en el perchero y hay también una “ola batiendo en calma”.

Queda claro así que nuestro autor no refleja desesperanza o abatimiento, sino introspección para la marcha, y una entusiasta apelación al recuerdo, como en este otro poema en que plantea:

Recobrar en murmullos
el idioma del vuelo
con que antaño trinaban
las campanas sus verbos olvidados

Esa visión de la sombra se compagina con los poemas donde Monreal habla de la luna, astro que simbólica o metafóricamente nos puede hablar de los instintos, de la intuición, o de la “potencia femenina receptiva”, según interpretación que Alejandro Jodorowsky hace de la carta de “La luna” en el Tarot de Marsella.

Es el mundo –dice el artista chileno– de los sueños, de lo imaginario y del inconsciente.

Y Sergio Monreal escribe:

Mira tu espalda, luna
no estás menguada
has descendido al filo
ciego de mi alma

Pero es también la luna erótica y tierna, oficiante hechicera para los amantes cuando el poeta Monreal le pide:

Surca su cuerpo, luna,
cuando sueñe,
cuando sus muslos busquen
tu rubor,
cuando lúbrica, suicida, muda,
tuerza vuelos subterráneos.

Otros motivos poéticos de Sergio Monreal nos hacen pensar en la sencillez y el profundo encanto de la poesía infantil, como en este poema breve:

No sé si el aire
es azul.
Pero en mí
todo azul
se debe al aire

Encanto, sencillez, profundidad que con acierto Sergio Monreal lleva también a la poesía amorosa.

Da gusto encontrarnos así con un poeta que no le tiene miedo a las palabras, y que sabe o intuye lo que Octavio Paz aconsejaba hacer con ellas cuando escribió algo así como (cito de memoria):

Dales la vuelta a las palabras
Cógelas del rabo
Chillen putas

Y es que hay palabras ya difíciles de utilizar en la poesía, pero esenciales, como precisamente la palabra “amor”, de la que sin embargo nos dice el poeta Sergio con desenfado:

No me parece mal decir amor
como se dice perro.
Pero yo, que remedio, digo amor
como digo mi madre,
como digo mi luz,
como digo mi nube,
Es decir, digo amor sin decir mío.

Yo digo sólo amor al decirte amor mío.

Porque escribir poesía, ustedes lo saben, es un acto inocente, a ratos banal y a veces peligroso, quizá porque la poesía se hace sólo de palabras que son pura vanidad y puro “correr tras el viento”, según reza cierto texto bíblico.

Pero al tiempo la poesía es también catarsis, expresión de lo innombrable, juego del azar, y una vía de conocimiento a lo más importante del mundo que –atinaron ustedes– somos nosotros mismos.

Ya para terminar, y si ustedes me permiten una sugerencia, les recomendaría que para leer a Sergio Monreal también tengamos la mirada del niño –traviesa, inocente, en fiel asombro por la belleza del mundo.

Pues si nos acercamos desprejuiciados, poco a poco, e inocentemente a estos poemas de Las raíces del aire podremos acceder a la atmósfera musical de su lenguaje, a su complicidad, al gozo del juego.

Eso es lo que la poesía de Sergio les garantiza.

Muchas gracias.


Viernes, 06 de junio de 2008